¡Vaya veranito! y no es que no me guste el verano, que luego lo echaré de menos cuando entren los fríos, pero es que no tiene desperdicio y me está pasando de todo un poco.
Después de descubrir el "olor del queso" me he tirado una temporadita (chiquita, pero menos da una piedra) en mi casita de las mariposas (por si alguien aún no las conoce, aquí podéis mirar). Hemos hecho excursiones, atravesando ríos, subiendo y bajando montones de cientos de metros, nos ha llovido a mares y nos hemos bañado en el lago, me he inflado de trabajar en el jardín (¡qué bien sienta para vivir cada momento a fondo y olvidar las penas!), hemos comido tomates, tomates y tomates, y nos han regalado esta calabacilla
También he leído mucho y me he inventado varias recetas, como la lasaña de ortigas, la panna cotta de frambuesas o los pastelillos de merengue y moras.
¿Y a ver qué hace una cuando le dan calabazas de este estilo?
Pues allá que me he puesto a cortar calabaza, invasión en la cocina, he congelado varias toneladas (no soy exagerá ni ná, parezco andaluza, ja, ja) y he llenado la cacerola más grande que tenía hasta el filo, dispuesta a hacer una cremita de calabaza. En principio los ingredientes eran sencillos:
Caldo vegetal
1 cebolla
Aceite de girasol
Sal
1 botecito de nata de avena
Pimienta
y lo típico, rehogar la cebollita picada y todo a la olla (menos la nata de avena) hasta que la calabaza este tierna y luego pasadas de minipimer, toque de nata de avena fuera del fuego y ¡lista!
Pero este verano tiene su gracia donde las abejas, y menos mal que soy de las que prueban las cosas (es que esta calabaza era rarita desde el principio), y ¡horror de los horrores!, ¡estaba amarga!, como os lo
cuento, y el cachirolón de crema de calabaza amarga encima de la hornilla
riéndose de mí.
La mano es para hacerse una idea del tamaño de la cacerola, pero creo que aquí se ve mejor: |
Y como no soy nada partidaria de tirar comida, y además ¡¡taaaanta!!
(por mucho que la calabaza fuera regalada), ya os podéis imaginar lo
que he hecho (seguro que ya conocéis la
situación: algo sabe poco o tiene un regustillo, y empezáis a echarle una
pizquita de esto, probáis, y... no, falta algo...., otra de aquello, y nada,
que no, y las cantidades de sopa (o lo que sea) se van multiplicando, y ya que
habéis echado tantas cosas, pues no es plan de tirarlo, y seguís, ja, ja. Pues
ídem de ídem es lo que me ha pasado a mí). Estos son los ingredientes, por orden de aparición, que he ido echando poco a poco:
1 lata de leche de coco
Jengibre
2 cucharadas de azúcar de abedul (xilitol)
2 o 3 patatas cocidas
1 cucharada de aceite de coco
Levadura nutricional (al gusto)
Las patatas eran
ya casi a la desesperada, y como tenía unas patatas cocidas, he sacado un poco
de crema de calabaza y las he batido aparte para incorporarlas luego a la
crema.
Y no es que se le haya ido del todo el amargor, pero he conseguido (medio) salvarla, y anda que no me he inventado una receta de crema de calabaza bien rica! Mú costeá y con mucho alimento, como
diría mi abuela.
Con el resto de la calabaza tengo para ponerlas en
adobillo, hacer una olla gitana, un cocido de garbanzos con habichuelas y
calabaza, un bizcocho de calabaza (como el de batata, pero cambiando la batata
por calabaza) y creo que aún me sobra, la he probado en crudo y no sabe amarga, seguro que con los líos del viaje de vuelta se ha llevado más de un golpe y he pillado un trozo amargo sin darme cuenta (como con los pepinos), en fin, cosas de la vida, así es este verano 😕.
Pero que a nadie le amargue una
calabaza, así que ¡a disfrutar, que son dos días! 😊
A mí también me encantan las calabazas... en cuanto a lo del queso y los pies, yo creo que ambos huelen a fermentado jajaja. No sé si quiero hablar de estas cosas malolientes en tu blog, que está lleno de recetas muy ricas. Aunque reconozco que me gusta el queso, pero intento evitarlo porque es malo para mí y para las vacas...
ResponderEliminarYo también pensé que me costaría dejar el queso, y aunque he encontrado sólo pocos quesos veganos que de verdad me gusten, sí que hay algunas buenas alternativas (algunas caseras) y además llega un momento en que no lo echas tanto de menos, todo es cuestión de la importancia que se le de a las cosas. En general solemos aumentar la importancia de algo cuando sentimos que nos falta, eso de renunciar nos cuesta mucho trabajo, pero si valoramos lo que tenemos, nos damos cuenta de que realmente no nos falta nada. Hoy es que me he levantado filosófica ;-)
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