Cuando yo era chica de vez en cuando soñaba que escarbaba un poco en la tierra y salían monedas, era una sensación muy especial, como encontrar tesoros. Bueno, pues esa sensación es la misma que tengo cuando yendo de excursión de pronto me encuentro frambuesas o fresitas silvestres en el camino:
Estas frambuesas las encontré en mi jardín, estaban escondidas detrás de las hierbas gigantes |
Cada frambuesa encontrada era como encontrar un tesoro. Y además me resulta super relajante |
Empezamos a coger y no podíamos parar, seguro que sabéis a lo que me refiero. Y a pesar de todo quedaron suficientes para los pájaros, los ratoncillos y los que pasaran por allí después de nosotros.
¡¡Ésta sí que fue una buena cosecha!! |
Aparte de eso la naturaleza nos ha regalado este año en nuestro jardín grosellas negras:
aunque bien que tuve que currar para llegar a ellas:
Esto parecía la selva |
y a fuerza de cortar por aqui |
y segar por allí |
conseguí abrir un camino hasta llegar a las preciadas grosellas |
y llenamos un cacharro así de grande:
Por la noche me pinchaba por todos lados por las dichosas ortigas, pero claro, quién me manda meterme en esos berenjenales con pantalón corto y camiseta sin manga ;-). En fin, dicen que son buenas para prevenir el reúma, así que de ésta salgo inmunizada.
Y para acabar con los regalos comestibles que la naturaleza nos hace en nuestro jardín, aquí tenemos estas magníficas ciruelitas imperiales dulcísimas y deliciosas que compartimos con los pajaritos y no sé cuántos animalitos más (y lo mejor es que el árbol debió de crecer a partir de un hueso que echaron hace ya muchísimos años los antiguos dueños en el montón de compost :-)):
El árbol está cuajadito de ciruelitas, y eso que una tormenta lo quebró |
¿no os apetece una?
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Otro día os enseñaré los tesoros no comestibles. ¡Qué suerte tengo!
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