Como no lleva envoltorio, os puedo decir de qué va el regalo: Es un cuento. No lo he escrito yo, sólo lo he traducido, porque ¿para qué escribirlo si ya existe? Es uno de mis cuentos favoritos y por eso quiero compartirlo con vosotros. Así que sin más preámbulos, allá va:
Érase
una vez un pequeño día que vivía con sus padres y hermanos allá
donde viven todos los días antes de venir a la Tierra, y a donde
luego la noche los ahuyenta de la Tierra. Nadie sabe dónde está ese
lugar, porque ¿quién sabe a dónde van los días una vez que ya han
cumplido su función? Cada uno de ellos viene solamente una vez a la
Tierra. Cada día es único.
Y
así el momento cumbre en la vida de un día es naturalmente cuando
viene al mundo de los humanos.
Nuestro
pequeño día, del que trata esta historia, se ponía muy nervioso y
contento cada vez que pensaba en esa fecha tan importante de su viaje
a la Tierra, pero todavía tenía que esperar mucho tiempo, porque el
sería el 27 de Diciembre de un año determinado, y todavía era
Octubre del año anterior. No podía colarse, ya que el orden en que
los días visitan la Tierra está establecido rigurosamente.
Así
que el pequeño día sólo podía soñar con su futuro viaje a la
Tierra, y con ojos llenos de asombro escuchaba las historias que
contaban sus familiares de su visita a la Tierra.
Su
padre había sido un día muy famoso y temido, en el que hubo un
terremoto terrible que los humanos muchos años después aún no
podían olvidar. “Toda la tierra temblaba”, contaba su padre con
orgullo, “y estoy en todos los libros de historia”.
Su
madre también era muy respetada por los otros días. Cuando le tocó
a ella ser día, dos naciones que llevaban mucho tiempo en guerra
habían firmado la paz. Una y otra vez quería escuchar el pequeño
día cómo los humanos se abrazaban llorando y riendo, y lo bonito
que había sido ese día.
Un
tío suyo estaba muy orgulloso de haber traído el primer aterrizaje
de un cohete en un planeta lejano, y su abuela no paraba de contar
sobre la boda de una pareja real que se celebró con gran esplendor
cuando ella fue día.
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Cada noche, cuando un día volvía de la Tierra, tenía que contar detalladamente todo lo que había pasado durante su servicio. El pequeño día escuchaba entusiasmado relatos sobre hechos gloriosos, inventos y grandes fiestas, pero también sobre catástrofes en la nieve, sequías y hambrunas, y sobre accidentes aéreos, explosiones y crímenes.
Un
día su padre le dijo: “es muy importante que pase algo fuera de lo
corriente cuando vayas a la Tierra, para así poder ser recordado, si
no toda tu vida no tendrá ningún sentido. Da igual si lo que pasa
es bueno o malo, lo principal es que dejes huella en los humanos”.
“Cuando
vaya a la Tierra”, pensaba el pequeño día, “seguro que va a
pasar algo muy grande, algo nunca visto. No un terremotocillo o una
boda de reyes, no, deben casarse 100 reyes a la vez, todas las
naciones de la Tierra deben hacer las paces y prometer que nunca
volverán a hacer guerra. Habrá unos fuegos artificiales enormes
porque los humanos volarán todas las armas. En cada una de las
estrellas del universo aterrizará una nave espacial, una enorme ola
gigante inundará la mitad del planeta, y, y, y....”
Así
soñaba el pequeño día sin parar, y cada vez le costaba más tener
que esperar a su gran entrada en escena.
Y
por fin, después de meses y semanas que se le hicieron
interminables, llegó el gran momento. Era noche cerrada cuando su
padre lo llamó, “llegó el momento. Dentro de media hora empieza
el 27 de Diciembre. ¡Pronto serás un día en la Tierra!”. Su
padre le acompañó un rato para que pudiera encontrar el camino, y
¡luego llegó el momento!. Pasito pasito se fue retirando la noche
ante el pequeño día hasta que desapareció. El pequeño día gritó
jubiloso: “¡Ahora yo mando en el mundo!”
Pero
pronto se llevó la primera decepción. El sol dorado y radiante del que
había hablado su primo en Julio con tanto entusiasmo, no estaba por
parte ninguna. Una niebla gris cubría las primeras horas de la
mañana. Todo tenía un aspecto apagado y nebuloso, húmedo y frío.
Pero el pequeño día no le dio importancia, aún había muchas
cosas nuevas, desconocidas y emocionantes por descubrir.
En
todas las ciudades las calles estaban llenas de miles de personas
camino del trabajo. Filas y filas de coches, autobuses, trenes,
ferrocarriles, todos con prisa, empujando, lleno de bullicio. El
pequeño día se rió: Era divertido ver cómo allí abajo todos
corrían embarullados de un lado para otro.
Y
observó detenidamente a los humanos. ¡No, no tenían pinta de ser
amables! La mayoría se apresuraba por las calles malhumorados y sin
ganas, se habían subido los cuellos de los abrigos y miraban hacia
alante o hacia el suelo con rabia. Nadie parecía tener en cuenta al
pequeño día.
“¡Hola,
estoy aquí!”, les llamó, “¡Yo soy hoy vuestro día! ¿No os
alegráis de verme?”
Pero
los humanos no se alegraban. “Vaya día más asqueroso”, le dijo
un hombre a su compañero de trabajo, “esta llovizna tan
desagradable me pone totalmente de los nervios”. “Sí, es
horrible”, confirmó el otro, “mi mujer seguro que pilla otra vez
la gripe con este tiempo. ¡Si al menos hiciera un poco de sol!”.
¡Sí,
el sol! ¿dónde estaba? El pequeño día no lo encontraba por
ninguna parte. “Querido sol, por favor, sal y haz el mundo un poco
más bonito en mi día para que la gente no esté tan furiosa”. “No
puedo hacer eso”, dijo el sol, que estaba oculto tras una gran nube
gris cargada de lluvia, “todavía no tengo la fuerza, vuelve en
primavera o mejor en verano, y entonces brillaré tanto que te
deslumbraré, pero en Diciembre soy demasiado débil para eso”.
El
pequeño día estaba completamente desesperado, “¡pero es que yo
sólo soy hoy!”, gritó, “yo no puedo volver. En primavera y
verano le toca venir a otros. ¡Por favor, querido sol, brilla por lo
menos un poquito!”. El sol se compadeció de él y con todas sus
fuerzas consiguió lanzar unos débiles rayos. El pequeño día nunca
había visto nada igual. Extasiado y fascinado vio cómo los rayos
de sol cayeron en una claro del bosque y la luz se reflejó en las
gotas de lluvia. “¡Hurra!”, gritó el pequeño día, “¿os
alegráis ahora de que esté aquí?”. Pero el sol había brillado
muy poco rato, casi nadie en la ciudad se había dado cuenta de los
pocos rayos de sol, y ahora otra vez estaba tan gris como antes,
aunque ya no llovía y la niebla se había disipado. “Al menos
algo”, se consoló el pequeño día, pero un poco triste sí que
estaba.
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Pero, ¿qué veo? En el patio de un colegio había un niño con una flamante bicicleta nueva rodeado de sus compañeros de clase. “¿De dónde has sacado esa bici tan guay?”, le preguntó uno de ellos. “¿Es que hoy no sabéis que día es hoy? Hoy es el 27 de Diciembre, el día de mi cumpleaños. ¡La bici me la han regalado por mi cumple!”. El pequeño día lanzó gritos de júbilo. Por fin alguien se alegraba de él. “Para este niño yo soy lo más importante del año”, pensó el pequeño día con alegría, y se puso a mirar al mundo con nuevo entusiasmo.
¡Descubrió
el mar! Las olas golpeaban las rocas en la playa y la cresta
salpicaba espuma. Era un espectáculo maravilloso del que el pequeño
día apenas podía separarse. Dirigió su mirada a las montañas. Un
montañero se esforzaba resoplando en alcanzar la cima. Cuando llegó
arriba, se puso a reír y disfrutó de la vista hasta el valle. El
pequeño día se alegró con él. Vio muchas ciudades y miró
asombrado a los humanos, al parecer a la mayoría no le gustaba
demasiado su trabajo. Hombres con caras apáticas accionaban
palancas, botones e interruptores, fabricaban objetos que el pequeño
día no podía entender para qué servían. En un gran recinto muchas
personas hacían largas colas, ¡seguro que allí había algo
especial! Pero no, cuando las personas finalmente llegaban a la
ventanilla, tras la que se encontraba un hombre de mirada severa,
tenían que hacer muchas cruces en pequeñas casillas sobre un papel
y encima pagar dinero por eso. El pequeño día no salía de su
asombro.
En
un parque estaba sentado un hombre en un banco y escribía. Cuando
acabó miró a su alrededor sonriendo satisfecho. Seguro que había
escrito algo especialmente bello. El pequeño día se alegró. En una
ventana había un músico que silbaba alegremente una melodía que
acababa de componer. Al pequeño día le entraron ganas de silbar con
él.
La
tarde le trajo nuevas experiencias: niños jugando, personas
paseando, gente que se encontraban para tomar tranquilamente un café.
Vio a un hombre joven que llamó al timbre de una casa y salió una
bonita chica. Los dos se cogieron de la mano y fueron a un parque. El
joven se paró en un puente que cruzaba un pequeño arroyo y miró a
la chica a los ojos. “¡Te quiero!”, le dijo y le dio un beso.
El pequeño día no cabía en sí de felicidad.
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Cuando llegó el atardecer y el pequeño día había acabado su tarea, volvió agitado a su casa. Todos los días se habían reunido ya y esperaban impacientes sus noticias. “¿Qué, cómo te ha ido?”, le preguntó su padre, “¿has sido un buen día?”. “¡Oh, sí!”, gritó el pequeño día, y todas sus experiencias brotaron de él como una cascada. “¡...y entonces se besaron!”, gritó casi sin aliento al final de su informe y miró ilusionado a su alrededor.
Su
padre sólo hizo un movimiento despectivo con la mano: “Bueno, eso
lo conocemos todos, pero cuéntanos las cosas interesantes, ¿qué ha
ocurrido realmente?” El pequeño día le miró fijamente
desconcertado. “Pero...”, titubeó, “eso es todo, es mucho,
no?”
En
las últimas filas algunos días viejos empezaron a reírse, y al
final acabaron todos riendo, toda la comunidad, hasta que el pequeño
día pareció hundirse en una enorme ola de risotadas. “¡¿Qué?!”,
gritó su padre indignado, “¡al menos tiene que haber pasado
algo!, quizás el hundimiento de un barco?, o un secuestro aéreo?, o
al menos un atraco a un banco?” El pequeño día negó con la
cabeza. Allí estaba, solitario y triste, en medio de todas las
risas.
¡Un
día tan bonito!, y los otros lo encontraban aburrido y cotidiano, no
había pasado nada fuera de lo corriente. Se moría de vergüenza.
“¿Ni
siquiera un...” empezó a decir su padre, pero no acabó la
pregunta, el pequeño día le daba pena. “¡Eres un don nadie!”,
le gritó su tío, el que había presenciado el aterrizaje en un
planeta lejano, “¡un don nadie! ¡Mañana mismo ya se han olvidado
de ti en la Tierra! ¡Ningún libro hablará de ti, ningún ser
humano te recordará! ¡Cumpleaños! ¡Sol! ¡Amor!, ¡anda, no me
hagas reír!”.
“¿Pero
el amor no es algo especial y bonito?”, quiso preguntar el pequeño
día, pero no se atrevió, tenía miedo de la guasa y las burlas de
los demás.
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“Ven a descansar”, le dijo su padre, y se lo llevó, “¡y a vosotros ni se os ocurra volver a burlaros de mi hijo!”, les gritó amenazante a los allí reunidos.
Su
madre trató de consolarle, “no estés triste, has sido un buen día
y has visto muchas cosas bonitas en la Tierra. Sabes?, lo más
importante no es que la mayor cantidad de personas se acuerden de un
día. Si has hecho feliz a unos pocos, ya ha valido la pena tu
existencia en la Tierra”.
Pero
el pequeño día estaba desconsolado. Las risas y burlas siguieron
los días y semanas siguientes, y él dejo de asistir a las reuniones
nocturnas, no quería escuchar los relatos de los demás, así que se
sentaba solitario en su rincón y no paraba de hacerse reproches,
aunque ¡en realidad él no tenía la culpa!.
Pero
una tarde, muchos días, meses y años después, sus padres le
llamaron: “Imagínate, uno de tus sobrinos acaba de llegar de la
Tierra y ha contado que se ha tomado la decisión de declarar el 27
de Diciembre como día de fiesta internacional, y ¿sabes por qué?,
pues porque en tu 27 de Diciembre, cuando fuiste a la Tierra, no pasó
nada malo, no se cometió ningún crimen, no hubo luchas en ningún
lugar del mundo. Y precisamente porque no pasó nada malo, a partir
de ahora cada año se celebrará en tu día la fiesta de la paz. Hoy
lo han anunciado en todos los periódicos de la Tierra. ¡Sí,
siempre hemos sabido que tú vales mucho!”.
El
pequeño día no dijo nada, simplemente resplandecía de alegría.
Traducido del original: “Der kleine Tag” de Wolfram Eicke. Recopilado en: "Wieviele Farben hat die Sehnsucht". Lucy Körner Verlag, 1986.
Pues nada, que paséis una Navidad muy feliz, cantéis muchos villancicos y disfrutéis, y no os olvidéis de poner paz en vuestros corazones el día 27 de Diciembre, para que este cuento pueda hacerse realidad, ya que de cada uno de nosotros depende que haya paz en el mundo. Imaginaros que de pronto un día todos los habitantes de este planeta decidieran ser pacíficos y amables, ¿qué pasaría?
Y si es posible por un día, ¿por qué no cada día?
¡¡Feliz Navidad a todos los seres de este mundo!!
Ojala!! :-))))
ResponderEliminarPero las utopías son eso ;-)))
Un saludito
Soñar no cuesta nada, y quizás si soñamos con mucho empeño se cumplan algunos de nuestros sueños :-))
EliminarBesos!
Feliz Navidad Rocío!
ResponderEliminarY que cada día del próximo año sea tan (no) especial como tu pequeño día.
Hola Arándana, espero que tú también hayas tenido unas bonitas Navidades y que el nuevo año te traiga muchas alegrías.
EliminarUn beso!
Que historia más bonita! Que tengas un muy feliz año 2016 lleno de bonitos y pacíficos días.
ResponderEliminarUn besito muy grande!!
Muchas gracias Celia, también a tí un feliz año 2016 lleno de salud y alegría.
EliminarUn beso grande!!